Existen dos denominaciones sobre esta tierra, la iglesia y el mundo; aquellos que son justificados en Cristo Jesús y aquellos que están condenados en sus pecados. Esto será la señal que nunca falla del “verdadero israelita”; el acudido a la sangre rociada, que manifiesta cosas mejores que las de Abel. El que cree en el Hijo de Dios, como el único sacrificio aceptado por el pecado, tiene salvación, y el que no cree en él morirá en sus pecados. La verdadera Israel confía en el sacrificio ofrecido una vez por el pecado; es su descanso, su consuelo, su esperanza. En cuanto a los que no confían en el sacrificio expiatorio, han rechazado el consejo de Dios en su contra, declarando de esta manera su verdadero carácter y condición. Aquel que no acepta la apropiación que Dios ha establecido tiene que cargar con su propia iniquidad. No obstante, nada más es justo, nada más terrible puede sucederle a tal hombre que el hecho de que su iniquidad no sea purgada eternamente por ningún sacrificio ni ninguna ofrenda.