El amor de Cristo por nosotros no elimina nuestra angustia. Por el contrario, nuestra misma entrega a Cristo nos traerá sufrimientos. El riesgo es real, la vida cristiana es dolorosa, no sin gozo, pero tampoco sin dolor. Tendremos todo lo que necesitemos para hacer su voluntad y ser eterna y supremamente felices en Él. Jesús nos llamó a sufrir vergüenza por su nombre con gozo. Dios no nos promete alimento suficiente para estar cómodos, sino lo suficiente para confiar en Él y hacer su voluntad. Si morimos de hambre, Él será nuestro pan de vida eterna. Si pasamos vergüenza a causa de nuestra desnudez. Él será nuestro vestido perfecto. Si se nos tortura y gritamos de dolor, Él impedirá que digamos su nombre y restaurará nuestro cuerpo maltrecho a la belleza eterna.
Dios nos creo para vivir con una pasión transformadora, abarcadora, única. La pasión por glorificar a Dios al disfrutar y demostrar su suprema excelencia en todas las esferas de la vida. La vida desperdiciada será la vida sin pasión por la supremacía de Dios en todas las cosas y por el gozo a las personas. Desperdiciamos nuestra vida cuando no vivimos para la gloria de Dios, cuando no o incluimos en nuestra comida, y en otra acción, cuando no disfrutamos de él y no demostramos su gloria.
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