El D.F. es conocido en nuestro país como la capital de la libertad y diversidad sexual.  Hoy, una pareja del mismo sexo puede ser reconocida legalmente a través de las Sociedades de Convivencia con todos los beneficios de un matrimonio civil tradicional, además de que también  pueden adoptar niños legalmente como cualquier pareja heterosexual. Estas leyes son la manifestación de cómo han cambiado los valores pero nos deben llevar también a un análisis profundo de las implicaciones que estos hechos tienen para el desarrollo de la sociedad.

Cómo cristianos reconocemos el derecho que cada individuo tiene para no ser discriminado o maltratado a pesar de que sus acciones sean éticamente reprobables, es decir, aún el criminal más perverso tiene ciertos derechos que deben ser  protegidos por la autoridad y por las leyes sin distinguir la raza, posición económica o preferencia sexual. Estos derechos se fundamentan en dos aspectos. Primero, que cada hombre y mujer ha sido creado conforme a la imagen de Dios y por lo tanto tiene un valor y una dignidad que deben ser reconocidos. Segundo, que Dios es paciente y bueno y hace salir el sol sobre justos e injustos como lo dice Jesús en el sermón del Monte. Dios odia el pecado pero ama al pecador y le llama al arrepentimiento.

Por otra parte, los cristianos entendemos que el mundo y la condición humana están afectados por el pecado, es decir, por la ignorancia que nos impide conocer a nuestro Creador y entender el orden moral, físico y espiritual que Él ha establecido para las relaciones humanas. La homosexualidad es un pecado porque corrompe el orden establecido por Dios para la sexualidad de la misma manera que el adulterio y la fornicación. San Pablo dice en Romanos 1 que los seres humanos se rebelan contra Dios y que esa separación se manifiesta, en idolatría, impiedad, lujuria y homosexualidad. Esto no quiere decir que el homosexual es una persona más malvada  que el heterosexual que es promiscuo o adúltero o pedófilo. Todos son esclavos del pecado.

En el caso de los homosexuales,  las manifestaciones sociales de su pecado se hacen más complejas porque desean que sus prácticas sexuales sean aceptadas como algo bueno o normal, lo cual sería como aceptar la promiscuidad o el adulterio heterosexual como algo deseable o una opción de vida que debe dejar de ser considerado moralmente detestable. Es en este punto donde creo que la lucha contra la discriminación a los homosexuales pasa de ser una lucha legítima por la igualdad a convertirse en una lucha ideológica en donde el egoísmo, el hedonismo y la autorrealización son vistos como los valores más altos. Lo sagrado, el amor al prójimo, el bienestar de la comunidad, todo queda aplastado por la furia de la realización personal sobre todas las demás cosas. Los activistas gays establecen su identidad no como personas iguales a los demás, sino que luchan por establecer sus derechos basados en una preferencia sexual. Esto es lamentable porque una persona debería ser identificada y respetada por su pensamiento y sus acciones, no por lo ocurre en su intimidad.

El aceptar la homosexualidad como algo normal y dar derechos especiales a los que la practican es un proceso de discriminación  a la inversa que nos llevará inevitablemente a más corrupción y desintegración social.

Por último, los cristianos tenemos la misión de llevar el evangelio a toda persona y ser luz y sal de la tierra. Jesús dijo: No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure ¿Podremos oponernos al mal y a la injusticia sin olvidarnos de amar a nuestro prójimo?