Por: Saulo Murguia
Todos nos damos cuenta: El mundo moderno ha lanzado un desafío a la fe cristiana. En respuesta a ello, una de las primeras tareas que tenemos consiste definir nuestra actitud con respecto a la Biblia.
Desde hace mucho tiempo, la iglesia ha sido capaz defender la autoridad de la Biblia contra quienes la han criticado o negado. La ha defendido también contra el descrédito que provocó el catolicismo romano en favor de la tradición.
En los últimos siglos, la oposición contra la autoridad de la Escritura ha seguido aumentando, y ahora la Iglesia – y muy particularmente las iglesias de confesión reformada – se ve en la necesidad de enfrentarse a una corriente muy poderosa de crítica. Cada vez que hablamos de la infalibilidad de la Biblia, sabemos que tenemos que hacer frente a una oposición casi unánime.
En el siglo 19, el teólogo alemán Wilhelm Herrmann afirmó enfáticamente que la teoría de la inspiración que dice que la Escritura es inspirada por Dios ya no tenía aceptación entre los teólogos. Actualmente hay quienes -aun dentro de la iglesia y en ciertos círculos teológicos- consideran que es imposible conservar la antigua doctrina de la inspiración y de la infalibilidad de la Biblia. Esta actitud crítica en relación con la Escritura puede resumirse en la siguiente afirmación: (para ellos) No existe identidad entre la Escritura y la Palabra de Dios.
Esta crítica debe conmover no sólo la teología reformada, sino sobre todo a la Iglesia entera. En nuestros púlpitos, en nuestras cátedras, en nuestros cursos de instrucción religiosa, en nuestros hogares, la Biblia ocupa un lugar prominente. Y así debe ser.
La Biblia es la Palabra de Dios, escrita por hombres, pero vemos la sabiduría del Señor en el hecho de que él nos habla dentro de nuestra misma historia y en un lenguaje humano. Los hombres de Dios hablaron y escribieron guiados por el Espíritu.
Pablo escribe a los tesalonicenses:

“Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes”

1 Tes. 2:13

Cuando comparamos el contenido de las Confesiones de fe reformadas que dan por hecho la autoridad de Las Sagradas Escrituras y el mundo del relativismo en el que nos ha tocado vivir, es indispensable que sepamos cómo hablar y cómo testificar de la autoridad de la Escritura Sagrada.
Es imposible desligar nuestra confesión de fe en la autoridad de la Palabra de Dios del contenido Salvador de esta misma Palabra. En Las tinieblas que nos rodean, ¿cómo podremos ser de bendición pare todos aquellos que han perdido la seguridad en la Palabra?